martes, 28 de junio de 2011

voz de nacar incompleta

enhebrar la luna y aquí estás,
de lila y (quizás) vuelvas, volverá...
que iría al fondo del universo a reencontrarte.

polvorean con tiza la comida,
y recostados mirando como en la noche,
alguien dibuja el cielo.

con un reloj que duraría para siempre,
me senté a esperar.

escrito por mariano e de sousa bispo
fecha 29/06/2011
comentario: versión original.

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enhebrar la luna y aquí estás,
quizás vuelvas, volverás...

que iría al fondo del universo a reencontrarte.
es que hoy veo cada color tan diferente de los tuyos

en la pirámide de la vida
me desespero al dejar de ver
corriendo y sin prisa volveré a escuchar
tu nacarada voz en aquel lugar
nos encontraremos otra vez.

con un reloj que duraría para siempre,
me senté a esperar.
a esperar volverte a encontrar

escrito por mariano e. de sousa (versión definitiva)
fecha: jun/11 - oct/11
comentario: existe una última esperanza de volver a escuchar a un ser querido, esperanza que todos tendremos el derecho y el hecho de vivir, dejaremos este mundo para vivir con quienes hoy no podemos ver?

1 comentario:

  1. La espera:

    No le llegó jamás una carta, ni siquiera una circular, pero leía con borrosa esperanza una de las secciones del diario. De tarde, arrimaba a la puerta una de las sillas y mateaba con seriedad, puestos los ojos en la enredadera del muro de la inmediata casa de altos. Años de soledad le habían enseñado que los días, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un día, ni siquiera de cárcel o de hospital, que no traiga sorpresas, que no sea al trasluz una red de mínimas sorpresas. En otras reclusiones había cedido a la tentación de contar los días y las horas, pero esta reclusión era distinta, porque no tenía término -salvo que el diario, una mañana, trajera la noticia de la muerte de Alejandro Villari. También era posible que Villari ya hubiera muerto y entonces esta vida era un sueño. Esa posibilidad lo inquietaba, porque no acabó de entender si se parecía al alivio o a la desdicha; se dijo que era absurda y la rechazó. En días lejanos, menos lejanos por el curso del tiempo que por dos o tres hechos irrevocables, había deseado muchas cosas, con amor sin escrúpulo; esa voluntad poderosa, que había movido el odio de los hombres y el amor de alguna mujer; ya no quería cosas particulares: sólo quería perdurar, no concluir. El sabor de la yerba, el sabor del tabaco negro, el creciente filo de sombra que iba ganando el patio, eran suficientes estímulos.

    (Jorge Luis Borges)

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